quarta-feira, dezembro 03, 2008

Ensayo de autobiografía espacial. Avance primero en el marco del proyecto: Experiencias espaciales de los habitantes terrestres

Houston-Baikonur (Texas Khazajastha), Diciembre 2008.
Parte 1. El barrio, la cuadra. Las casas, San Nicolás centro.

1.1. El barrio: hogar interior.

La primera casa que recordamos estaba ubicada en el centro de San Nicolás de los Garza, Nuevo León; para llegar a ella teníamos que recorrer, desde la calle, un pasillo estrecho de vecindad. Era un hogar con vigas de madera y techo de lámina del que siempre evocamos, la acústica de la lluvia: sonido recurrente que todavía nos generan calma, sosiego. Sobre este espacio pensamos ahora que “estar dentro del mismo era estar doblemente adentro”, porque de la calle teníamos que penetrar al interior de la vecindad para luego poder estar dentro de casa, se trataba de una sola entrada con una salida.
Esta casa la habitaron después una tía y un tío recién desempacados del rancho. No recordamos su fachada ni ningún otro detalle de la misma, aparte de las vigas y el techo mencionado.
Ahora bien, desde esta casa y vecindad, cruzábamos la calle rumbo poniente para entrar por otro pasillo y visitar la casa de unos primos. Esto último nos era especialmente grato porque el patio de ellos conectaba con otro patio muy grande y semi abierto -estilo rancho- que tenía un gigantesco mezquite al centro; en las ramas de esta árbol dormían varias gallinas.

1.2. El barrio: casa sobre la calle Hidalgo.
La segunda casa vivida estaba ubicada sobre la calle Tapia, para estar en su interior no teníamos que pasar por otras cinco o seis casas apiñadas a lo largo de un pasillo estrecho. Ahora que recordamos esta nueva condición pensamos que implicó un pequeño “ascenso socio económico” para la familia, porque primero habitamos en la última casa de una pequeña vecindad (“el espacio del rincón”), luego pasamos a vivir en una casa cuya puerta principal daba a la calle; además, tenía ventanas con cristal, una pequeña barda de adorno y estaba pintada con colores vivos al frente (rosa o marrón).
La transición de una casa a la otra era casi casi como salir de una suerte de cueva, pasar de la oscuridad a la luz, etc.
Este segundo hogar
tenía un patio pequeño interconectado con otro gran patio donde jugábamos y confluían –como en espiral- los patios de otras casas. De este espacio recordamos gratamente la hora del crepúsculo, especialmente por el olor y sabor de las gorditas de harina recién hechas y frijoles molidos caldudos, así como por el despliegue de algunos árboles contra el anochecer, y el planear de la lechuzas, aves a las que temíamos y admirábamos reverencialmente porque “son mujeres, son brujas”; sobre estos seres siempre se nos advirtió que no les silbáramos, ni mucho menos les gritarámos “Ven por chile y sal”, porque lo primero significaba hablar su lengua y hacerlas enojar, mientras que lo segundo era una fórmula verbal para invocarlas. No obstante, como nosotros eramos muy valientes, siempre que veíamos una lechuza cruzar los cielos de esa casa –casi a diario- le gritabámos mentalmente “Ven por chile y sal”; esto último era con tanto enfásis y de forma tan recurrente que recordamos esa voz, como si en verdad dijeramos la frase al exterior, a los cuatro vientos. En fin, para propóstios de este escrito, pensamos que tiene que ver mucho con las sensaciones evocadas en el espacio vivido; en este caso, evocaciones con el más allá, el inframundo.
De esta casa, a diferencia de la anterior, recordamos que estar adentro no implicaba arrinconamiento, sobre todo porque por la puerta de la cocina se podía pasar –al mismo tiempo- hacia afuera (de la casa) y hacia el patio y la interconexión de patios que confluían en otro gran patio o semibaldío, tierra de nadie y de todos, en la cual desplegábamos andares y juegos infantiles.
En el contexto de los anteriores espacios vividos, recordados, eran de importancia capital las calles: su estructura, linealidad y orden; será por eso que, como en un sueño, recordamos cuando las máquinas empezaron a pavimentarlas, esto fue algo significativo; además, la calle de la segunda casa iba a dar directamente –rumbo poniente- a la fábrica de Industrias Automotriz Sociedad Anónima (IASA), donde trabajaba mi padre, mientras que –rumbo oriente- se daba vuelta a una esquina, para asistir a la escuela primara; es decir, en línea recta y luego formando una pequeña escuadra teníamos las fuentes de trabajo y de estudio. Durante las tardes, a veces esperaba a mi papá, que se acercaba caminando desde el poniente, cuando volvía del trabajo.

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