Cuando encendí la vela, en el rostro de mi padre vi una tristeza dulce. Sabía que pensaba que tal vez no viviría para ver el día en que fuéramos lo bastante libres como para unirnos a los grandes hombres y mujeres transformadores de la tierra.
-¿Sabes una cosa, Azaro? Cuando era un niño como tú los espíritus me leían libros invisibles escritos por nuestros antepasados. Yo entonces no los entendía, hijo mío, tu harás visibles algunos de esos libros invisibles.
Otra gente, simultáneamente, también tejía las narraciones del pasado, presente y futuro en otras partes del mundo...
-Entre los vivos, hay quien no quiere vivir; y entre los muertos, quien no quiere morir. Azaro, ¿estás despierto? Hijo, a veces nos descubrimos viviendo en los sueños de los muertos. ¿Quién sabe cuál es el destino de un sueño? ¿En cuántos mundos simultáneos vivimos? Cuando dormimos, ¿despertamos en otro mundo, en otro tiempo? Y cuando dormimos en ese otro mundo, ¿despertamos aquí, en éste? ¿Es la Historia la convergencia de los sueños de muchos millones de personas, vivas y muertas?
¡Mira! -dijo, con voz temerosa-. ¡El cuarto se está iluminando!" Allí se quedó, con la mente en blanco, los ojos mirando al vacío y a la vez mágicamente fijos, como si al fin hubieran vislumbrado el secreto constituyente de todo objeto, de todo árbol y metal, como si de una vez por todas percibiera el secreto del mundo -que todo está vivo, y que todo se manifiesta por la virtud del fuego. Lo único que veía eran llamas. Veía los rostros como llamas. Veía la madera como llamas. Veía el aire como incandescencia en la que todo ardía a diferentes velocidades. en aquella visión contempló maravillas, pero no podía hablar. Lo que veía era tan grande que no tenía palabras para decirlo."