Nunca dijo su nombre verdadero ni su pueblo de origen...
A fines del otoño fue con su gente y le encargamos una piedra de su tierra.
Guardó silencio...
Nosotros pensamos: “a ver si no se le olvida”.
Guardó silencio...
Nosotros pensamos: “a ver si no se le olvida”.
Regresó con el invierno, alegre de estar entre los suyos.
Estábamos a punto de preguntarle por la piedra
cuando metió la mano a la bolsa de su abrigo y dijo:
“Les traigo un recuerdo”.
Sacó entonces un casquillo de bala y, levantando la vista
como si buscara el cielo de sus clanes, recitó:
“No les traemos la piedra pero tenemos algo mejor, un cartucho”.
Al ver nuestra sorpresa hizo gesto de “pero que les pasa…
Al ver nuestra sorpresa hizo gesto de “pero que les pasa…
o sea ¡es un cartucho!”
Añadió algo sobre un solar de año nuevo
y algunos primos cantando una sola canción:
tirando balas y gritos al aire de su pueblo, a las estrellas.
El cartucho está en el teclado de nuestra computadora
suponemos que todos encontramos lo que queríamos
aunque cada quien buscaba –o aparentaba buscar- otra cosa.
El cielo de la Tierra de las Montañas Azules
nos hizo flechas
su gente, piedras
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